Retratos de Oaxaca en la letra de Oliver Sacks
Hemos llegado al centro de Oaxaca, donde las calles se conservan tal como fueron trazadas en el siglo XVI, una sencilla cuadrícula orientada de Norte a Sur. Observamos que algunas calles tienen nombre de personajes políticos, como Porfirio Díaz, pero nos llevamos una grata sorpresa al ver que a otras les han dado los nombres de diversos naturalistas.
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Encuentro una calle Humboldt –Alexander von Humboldt, el gran naturalista, visitó Oaxaca en 1803 y describió sus experiencias en su Relato personal. John Mickel señala un jardín Conzatti.

Éste, dice, no fue botánico profesional, sino un maestro de escuela y administrador que vivió en Oaxaca durante las décadas de 1920 y 1930; sin embargo, era botánico aficionado, el primer pteridólogo en México, y en 1939 documentó más de seiscientas especies de helechos mexicanos.

Hacemos un alto para ver la gran iglesia colonial de Santo Domingo. Es un templo enorme, deslumbrante, abrumador por su magnificencia barroca, sin un centímetro que no esté dorado.

Esta iglesia produce cierta sensación de poder y riqueza, los del ocupante. Me pregunto qué cantidad de todo ese oro fue obtenida en las minas por esclavos, y qué cantidad resultó de fundir los tesoros aztecas.

¿Cuánto sufrimiento, esclavitud, furor y muerte intervinieron en la construcción de esta magnífica iglesia? Y, sin embargo, las imágenes representan a personajes de baja estatura y cutis oscuro, opuestas a las estatuas idealizadas y agrandadas de los griegos.

Es evidente que se utilizaron modelos locales y que la imaginería religiosa se adaptó a las necesidades y las formas del lugar. Y, sin embargo, las imágenes representan a personajes de baja estatura y cutis oscuro, opuestas a las estatuas idealizadas y agrandadas de los griegos.

Es evidente que se utilizaron modelos locales y que la imaginería religiosa se adaptó a las necesidades y las formas del lugar.

En el techo está pintado un gigantesco árbol dorado, de cuyas ramas penden nobles tanto de la corte como eclesiásticos: la Iglesia y el Estado mezclados, como un solo poder.

Al otro lado de la calle hay unas tiendecillas, y entre ellas distingo una con el letrero: “Gastenterolia endoscópica”.

Me hago la absurda pregunta de por qué alguien querría hacerse una colonoscopía, un gastroscopía, un sigmoidoscopía en este entorno sacro.

Me he sentado a una mesa en la terraza de un café del Zócalo. La catedral, noble y en estado ruinoso, se alza a mi izquierda, y la plaza, con sus numerosos cafés, está llena de jóvenes bien parecidos.

Delante de mí, junto a los muros de la catedral, unas ancianas indias con sarapes y sombreros de paja venden imágenes religiosas y chucherías.

El mito y la leyenda parecen reunirse en torno a la historia del cacao. Afirma la leyenda que Moctezuma se tomaba a diario de cuarenta a cincuenta tazas del humeante chocolate, y que para él era un afrodisíaco.

Me intriga que el chocolate sea objeto de un deseo tan intenso y universal. ¿Por qué se extendió con tanta rapidez por Europa una vez revelado su secreto? ¿Por qué ahora se vende el chocolate en cada esquina, se incluye en las raciones del ejército, se lleva a la Antártida y al espacio exterior? ¿Por qué hay adictos al chocolate en todas las culturas?