En la hierba alta (título original: In the Tall Grass) es una película de terror de 2019 dirigida por Vincenzo Natali. Está basada en la novela homónima de Stephen King y Joe Hill, publicada en 2012.
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«Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió.»
El jardin de los senderos que se bifurcan, Jorge luis borges
Natali toma como materia prima un relato escrito conjuntamente por Stephen King y su hijo (Joe Hill)
«Cuando leí esta historia pensé que era lo más inquietante que había leído nunca. Y quise hacerlo», confiesa, pero lo cierto es que la atmosférica y asfixiante historia de King-Hill sale ganando en manos del guionista Natali, ya que extrae la esencia del original y la refuerza con giros de la narrativa de Jorge Luís Borges, uno de cuyos títulos, El jardín de los senderos que se bifurcan, se cita expresamente en la película.
Y así es como En la hierba alta se convierte en lo que es: una nueva revisión del lugar común del Laberinto, algo que el autor de Cube domina a la perfección desde su debut en 1997.
Una excusa argumental sencilla. Es la historia de dos hermanos que huyen a San Diego para hacer frente al embarazo de la joven. Cuando Becky (Laysla De Oliveira) y Cal (Avery Whitted) escuchan los gritos de un niño (el magnífico Will Buie Jr. como el relevante Tobin) pidiendo ayuda, los dos se adentran en un gran campo de hierba alta en Kansas, donde son atrapados por una fuerza siniestra que rápidamente los desorienta y separa.

La hierba alta es un lugar de extrañamiento ya en la narración original, pero a esta condición Natali añade una paradoja temporal.
No se trata, sin embargo, de un viaje en el tiempo; lo que ocurre es que los personajes están atrapados en un laberinto que despliega sus caminos, no en el espacio como es habitual, sino en el tiempo. Es decir, aunque los veamos deambular por este prado de altura considerablemente inusual, en realidad están circulando en el tiempo, por lo que en los recovecos que atraviesan se encuentran con circunstancias cambiantes y al mismo tiempo ineludibles.
Este es el material que Natali extrae del jardín borgesiano de los senderos que se bifurcan, una parábola (casi un acertijo) en la que el tema es el tiempo.
Los senderos que se bifurcan no son lo único que nos remite a Borges.
El laberinto temporal encierra en su centro (que está en el centro de América) una roca negra que contiene todo el conocimiento. Es fácil representárnosla como la antimateria de El Aleph, ese «punto que contiene todos los puntos del universo», porque aquí el que entra en contacto con la roca obtiene la visión de todos los desenlaces y con este conocimiento se convierte en el señor de todos los destinos y se alimentará de todos los que caigan en la trampa de la hierba alta.
El punto omnisciente se convierte en la película de Natali en una manifestación del terror abstracto, el mismo que el canadiense admira en la obra de Lovecraft, del horror que proviene de la posibilidad (o no) de contemplar la eternidad. De ahí que podamos verla como el reverso de El Aleph porque su epifanía no es una experiencia extática sino el más profundo horror existencial.
Todo laberinto esconde su Minotauro.
En En la hierba alta ese papel lo desempeña Ross Humboldt, el padre del niño que se convierte en el reclamo para la pareja protagonista, interpretada por Patrick Wilson, una presencia habitual en el género desde que James Wan le hizo protagonizar Insidious en 2010.
Ross actúa como guía y carcelero en esa especie de infierno que es el laberinto de hierba alta. Se hace querer por los hermanos, pero, en realidad, lo hace para obligarles a someterse al destino que él, como iluminado por la roca que es, conoce y administra.
Es el monstruo que custodia el orden enfermizo del horror. Y la interpretación de Wilson nos recuerda (guardando las necesarias distancias) a ese otro «ogro» que compuso Robert Mitchum para La noche del cazador.
Es el guardián que mantiene cerrado el bucle de la repetición, el que se encarga de que todo quede cerrado por el círculo.
Romper el círculo requiere el sacrificio del héroe.
Una de las grandes diferencias entre la historia original y la de Natali es el lugar que ocupa la esperanza. Mientras que en el texto de King-Hill nada de lo que entra sale, Natali rompe el pesimismo dando cabida a la salvación de la inocencia. Salvación que sólo puede venir de la asunción de responsabilidades, el laberinto se manifiesta también como una encrucijada moral, de hecho uno de los valores que se le atribuyen desde el mito fundacional minoico.
Si en su centro se encuentra todo el conocimiento de lo que ha de ser, el peso determinista de la fatalidad puede romperse mediante un acto de extrema generosidad en el que se llega a poner el futuro de los demás por encima del propio.
El sacrificio, como resolución del enigma, abre el laberinto y permite la mutación, esa eterna fuente de vida.
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